Vida y mar

El siempre vivió de cara al mar, las olas reventando en su ventana arrullaron los sueños de niño, los zapatos teñidos de arena camino al colegio, la sal en las pestañas y en su piel tirante.
Su madre era parte del mar, maestra de pescadores y navegantes, sabiduría ancestral frente a un pizarrón húmedo dando lecciones de vida y coraje.
Su padre era tierra, dio la espalda al océano soñando con carreteras que lo condujeran de ciudad en ciudad.
Creció con sus hermanos persiguiendo gaviotas, recogiendo redes, saboreando mariscos, oliendo huiros y sal. Un día de desayuno tibio con pan amasado y huevos humeantes, los caminos se abrieron; Su padre tomó al fin la senda aventurera de horizontes seductoramente inciertos, mientras su madre se aferró a las olas frías reventando sin parar.
Y él se hizo hombre de corazón aventurero y pies plantados en la arena, los ojos seductores del padre dispuestos a la conquista, la fuerza invencible de la madre en los pasos firmes, la sabiduría aprendida de las olas insolentemente solitarias formando una coraza de sal, rocas, arena y libertad.
Así es ese hombre-mar, furioso reventando contra todas las orillas, desconcertante en sus mareas y corrientes, solitario en su plenitud de autosuficiencia. Gris, azul, luminoso, cambiante en la superficie. Dulce, quieto y profundo en su interior, como el fondo impenetrable del mar.
En los días de mar quieto concibió dos hijos, con la misma sabia corriendo por sus venas, sabia de sal dura y soles tibios, energía cambiante y rebelde de atardeceres rojos y amaneceres grises, herederos de arena, viento y espuma, dos fuerzas invencibles en su seguridad de corazas ancestrales, proyección de la energía, del silencio y la sabiduría a fuerza de vivir.
El niño de los ojos dulces sigue amarrado a la playa, los pasos seguros en la arena, dueño de las olas, su cuerpo entero danza al compás del mar que lo reconoce, lo acoge y lo hace volar. El pelo teñido por el sol, las manos ásperas de arena, los pies firmes en las rocas, intuye la vida, esconde la emoción, silencia los dolores, calla los temores. Vive, solo vive, guiado por la fuerza invencible de su corazón, vive y atrae la vida de quienes se acercan por solo sentir la luz cálida que emana libre y te envuelve en una dulce sensación.
La niña de los ojos fuertes siguió, como su abuelo, el camino hacia la ciudad, los pasos seguros por las calles frías, las manos se suavizan, el caminar se acelera, juega a fundirse en la masa anónima, juega a ser una más, pero dentro de sus zapatos sigue habiendo arena, dentro de su alma sigue habiendo mar, sus ojos proyectan la fuerza de las olas, su sonrisa torcida estalla sin aviso en carcajadas, indomable, insolente reflejo de ese hombre que le regaló la energía infinita del mar.
Así son los dueños del mar, saga indomable y solitaria que atrae y seduce, que te mueve a la vida, que despierta cariños, que produce pasiones, que asume dolores, que te arrastra en sus corrientes peligrosas, quieres ir a ellos y sumergirte en la sal que alimenta tu alma sabiendo que en cualquier momento una ola fuerte y dura te puede lanzar lejos, demostrando que no eres parte de su mar.
Así son, y así los quiero, así me llevan. Así me atraen, me arrastran y me alejan, así camino por sus arenas ásperas y tibias, así me hacen sentir esta fuerza que me atrae inevitablemente hacia ellos, queriendo mis pies urbanos ser parte de su playa, mi alma solitaria compartir su soledad. Camino junto a ellos un camino paralelo que va cercano, pero siempre distante, cruzándose en destellos de cercanía, en chispazos de encuentros, en instantes de verdad.
Y sigo mi camino por esa playa larga, única, irremplazable de dunas silenciosas, de olas explosivas, de atardeceres serenos que acerca y me aleja, que me atrae y me inquieta, sabiendo que aunque me bañe confiada en sus aguas tranquilas de un momento a otro surgirán las mareas impredecibles que me arrojen a una orilla solitaria, que me digan que no soy parte de ese mar del que solo ellos son dueños, que me hagan sentir que no soy más que un visitante pasajero en su callada intimidad.
Mi mente hace malabares fríos en mi cabeza, me dice que ya no soy una niña, que conozco tanto de dolores y verdades que no quiero asimilar, me llama a alejarme de los peligros de los mares inseguros, retrocede frente a las olas, me alejo instintivamente de la espuma y la sal, y entonces, del fondo de las aguas, renace un corazón grande y crédulo, ingenuamente incondicional, que me acerca y me llama a su lado con la fuerza que solo tienen ellos y que tiene el mar.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home