A un joven Poeta

La comida que celebramos el otro día, mi querido joven poeta- y éramos tres poetas en tres edades de la vida tan importantes como los treinta, los cuarenta y los cincuenta-, me ha dejado triste. Triste porque tu desorientación, tu angustia, tu obsesión son signos de una lucha sin gloria. Tú, que aún eres puro y sabes que importante es esta en tu aventura de poeta, te enfadas con los demás al sentir que tú agresividad actual es fruto de un complejo de culpa. Eres tú, no los demás, quien está en crisis. Y si los otros también lo están, razón de más para que te afirmes en tu lucha, que es la lucha de todos los poetas para ayudarlos a salir de ella. Pues no ayudarás a nadie, mucho menos a ti mismo, si tu corazón no está limpio de resentimiento y tu lucha contra "el otro" no es constante. El "otro", no necesito decirlo, eres tu mismo. Es el súcubo que todos tenemos dentro; el ser canalla, sobornable por la moneda de la mentira y de la lisonja, que de repente adopta la gratuidad como norma, por eso la pasión es más insaciable que el infinito. Y la pasión no se vende nunca. Cada poeta es un ser único, pero todos los poetas deben lo mismo a la poesía: la propia vida. El poeta ha de inmolarse siempre y causar siempre malestar a los que no se inmolan. Tiene que ser el gran herido, el gran inconformista, el gran pródigo. Tiene que vivir en llanto por fuera y por dentro, de alegría o de sufrimiento, y nunca decir "no" a nadie, ni siquiera a quienes han optado por no llorar. Tampoco ha de tener pudor ante el ridículo, la intriga, la burla ajena. Cuando Guide, al ver a Verlaine borracho y maltratado en una calle de París por un grupo de jóvenes que lo perseguían y escarnecían con empujones e insultos, detuvo voluntariamente el impulso de socorrerlo prefiriendo dejarlo en manos de un destino que sabía ya trazado....¡Que gran página dejó de escribir sobre la cobardía humana, sobre el mal de la futilidad y la tristeza del egoismo! Verlaine, el pobre Verlaine, quizá entre los poetas el que más amó y sufrió.... Tú, mi querido jóven poeta, que has sido dotado con talento y belleza, no tienes derecho a negarte a tu martirio. Solo este puede convertir tu poesía en emoción. Solo este puede salvarte del formalismo en el que caen los que se niegan a estar siempre despiertos. Es necesario que todos vean la luz que tu corazón reverbera, incluso cubierto de paños. No ocultes tu mirada de poeta a los hombres que lo necesitan, incluso con pudor de confesarlo. ¡Abre tu camisa y sal hacía el gran encuentro! |